El Hindenburg, o más bien, el LZ 129 Hindenburg, fue el
dirigible más grande y espectacular que jamás se haya construido, y que terminó
sus gloriosos días de travesía por el océano Atlántico con un lamentable
accidente.
Un general alemán en retiro, el Conde Ferdinand Von Zeppelin,
fue el creador de estas colosales “ballenas voladoras”. Luego de varios intentos
fallidos creó el primer dirigible, el LZ1, con el que pudo volar por más de 3
años. Años más tarde, Hugo Eckner, quien se encontraba al mando de la compañía
Zeppelin, logró fabricar el Graf Zappelin, con el que logró sobrevolar el Ártico
y dar la vuelta al mundo. Este éxito lo hizo pensar aún en mayor escala, y fue
así como dio con el dirigible más grande, fuerte y seguro que jamás se
construyó, LZ 129 Hindenburg.
El Hindenburg medía 245 metros de largo y 41 metros de
diámetro. Contenía alrededor de 200.000 metros cúbicos de hidrógeno, lo que
permitía que esta enorme estructura pudiese elevarse y mantenerse en altura.
Este dirigible tenía capacidad para albergar a 72 pasajeros y llevar una
tripulación conformada por 61 personas.
Era posible cruzar el océano Atlántico en 2 días y medio, y
pagando unos 400 dólares se podía hacer durmiendo en una habitación con baño
privado y todos los lujos que el mejor hotel de cualquier gran capital del mundo
pudiese proveer, todo esto volando a una velocidad de 135 kilómetros por hora
gracias a 4 motores diesel Daimler-Benz. Contaba además con globos que contenían
el hidrógeno, el que debido a su alta peligrosidad (al contacto con el aire es
altamente inflamable), estaba hecho de tripas de vacuno. Este material resulta
impermeable al gas y no retiene la electricidad estática, dando a los
fabricantes tanta clama y seguridad que el Hindenburg contaba incluso, con un
salón para fumadores.
Aunque el creador de la nave no comulgaba con los nazis,
estos encontraron en el Hindenburg una buena forma para publicitarse. Debido a
esto el dirigible debió realizar una aparición sobrevolando sobre la
inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín tatuado con una esvástica.
Luego de un año de uso, y habiendo cruzado el Atlántico más
de 17 veces, un día de mayo de 1937, el Hindenburg arribaba a la base aeronaval
de Lakehurst en New Jersey proveniente desde Frankfurt. De súbito se inició un
feroz incendio que comenzó en la popa de la nave. El Hindenburg se quemó por
completo en solo 43 segundos. Este accidente terminó con la historia de los
dirigibles y de 35 de las 97 personas que iban a bordo.