La epilepsia es una enfermedad crónica cuyo origen puede ser
variado y que se manifiesta con crisis recurrentes producidas por descargas
excesivas de las neuronas cerebrales. Sin embargo, no todas las personas que
sufren una crisis son enfermos de epilepsia, se requiere que padezcan de al
menos dos convulsiones para clasificarlo como un paciente de este mal.
Se habla de una crisis epiléptica cuando se produce una
actividad eléctrica anormal en el cerebro y ésta, a su vez, provoca un cambio
involuntario de movimiento o función del cuerpo, de sensación, en la capacidad
de estar alerta o en el comportamiento. Existen más de veinte diferentes tipos
de estas crisis y pueden durar desde unos pocos segundos a varios minutos. Esta
enfermedad afecta a un 0,5 por ciento de la población y entre un 1,5 y un 5 por
ciento sufrirá de un ataque alguna vez en su vida.
En algunos casos, las convulsiones son una condición temporal
que obedecen al consumo de drogas, la supresión de algunos medicamentos o
niveles anormales de sodio o glucosa en la sangre. En otros casos el origen de
estas crisis se debe a una lesión cerebral, como un accidente cerebrovascular o
un traumatismo craneal. Ésta provoca que el tejido cerebral se agite de una
forma anómala. Sin embargo, el origen también puede deberse a causas
hereditarias.
Existen también convulsiones idiopáticas, éstas son aquellas
que no se puede identificar la causa. Este tipo de epilepsia es más frecuente
entre personas que van desde los 5 hasta los 20 años. Después de los sesenta,
las causas más frecuentes son aquellas que se relacionan con los trastornos que
afectan a los vasos sanguíneos, como los accidentes cerebrovasculares. Algunas
de las causas más comunes de convulsiones son: problemas de desarrollo,
condiciones genéticas presentes al nacer o lesiones perinatales; anomalías
metabólicas por consecuencia de otras enfermedades; lesiones cerebrales;
tumores; e infecciones.
Aquellas personas que padecen de epilepsia están en mayor
riesgo cuando: están embarazadas; no han dormido lo suficiente; no consumen las
dosis adecuadas de sus medicamentos; ingieren alcohol; consumen drogas
psicoactivas o ciertos medicamentos que requieren prescripción; o padecen de
algunas enfermedades.
Si bien existen diferentes tipos de epilepsias es fundamental
poner atención a los siguientes síntomas generales: períodos de confusión
mental, comportamientos infantiles repentinos, cerrar y abrir la boca o los ojos
continuamente, debilidad y sensación de fatigas profundas, períodos en los que
la persona se queda en blanco (no es capaz de responder preguntas o mantener una
conversación), convulsiones y fiebre. Cuando la crisis compromete a una parte
del cerebro, se les llama crisis parciales; si el problema es del cerebro en
general, son crisis generales.
Cuando la convulsión se ha desatado hay que ayudar al enfermo
a que el momento sea más llevadero: alejarlo de los peligros, ponerle un cojín
debajo de la cabeza, aflojarle la ropa ajustada, etc. No se le debe meter nada
en la boca ni tampoco hacerlo tomar o comer algo ya que puede ser peligroso
porque no es capaz de controlar el proceso de ingesta.
Para tratar la epilepsia es necesario determinar primero su
origen. En caso de que se haya producido por una lesión cerebral o un tumor se
puede intervenir quirúrgicamente. Existen anticonvulsivos de ingesta oral que
contribuyen a reducir el número de convulsiones en el futuro; la mayoría de los
casos son tratables con estos anticonvulsivos, manteniendo la condición
controlada de por vida.
La epilepsia no es una enfermedad contagiosa ni tampoco
mental. No tiene ninguna consecuencia sobre la inteligencia de las personas y
quienes la padecen pueden llevar una vida prácticamente normal una vez que han
dado con el tratamiento apropiado para sus crisis.