Alberto Magno fue un filósofo, teólogo, alquimista y consultor de muchos
hombres de su época. Fue famoso por su santidad, humildad y la pobreza con que
vivió además de los conocimientos enciclopédicos que tenía y que le valen el
apodo de “Doctor Universallis”. Se sabe que nace en la actual Babiera, en la
ciudad de Lauingen allá por el 1206, aunque algunos autores creen que fue unos 9
años antes, entre otras razones por lo relativamente joven que inicia sus
estudios. Su familia es de origen noble y ven con muy buenos ojos sus deseos de
estudiar leyes.
Por ello lo envían a Bolonia, luego a Venecia y Padua. Allí
conoce a Jordán de Sajonia, quién sería sucesor de Santo Domingo de Guzmán en el
gobierno de los dominicos y esta amistad despertará en él la vocación. Su
familia toma muy mal la noticia y se oponen, aún así él toma el hábito dominico.
Es nombrado profesor en varias ciudades importantes pero es en la Sorbona de
París donde conoce a su discípulo predilecto: Tomás de Aquino. Tiene gran
simpatía por él ya que la familia de Tomás también tenía otros planes para el
joven y este tuvo que defender su vocación, además intuía que era una de las
mentes más privilegiadas que jamás conocería. Entre ellos nace una amistad que
nunca se rompería y un entendimiento que pocas veces uno puede ver.
Cuando Alberto Magno es
trasladado a Colonia, Tomás de Aquino le sigue para terminar sus estudios y
algunos trabajos que su maestro le ha inspirado. Luego se separan físicamente
para no volverse a ver. Alberto es asignado a varios puestos de responsabilidad,
hasta lo nombran obispo y en todos se desempeña magníficamente pero nunca se
sintió cómodo con tales cargos. Lo suyo era la enseñanza, la investigación, el
estudio y sobre todo echaba de menos la vida monacal, cosa que el Papa entendió
a la perfección cuando recibe su renuncia como obispo y lo releva de sus
obligaciones. Vuelve a Colonia a dar clases y es allí donde muere, el 15 de
noviembre del 1280, tendría unos 74 años.
Los testimonios de la época dicen que
un año antes de morir su salud se resentía y facultades mentales disminuyeron
por lo que mandó a construir su tumba y todos los días rezaba ante ella.
Simplemente cae muerto sobre la mesa donde estaba trabajando. Negociador
incansable y sabio, nunca dejó de mediar en los conflictos en que pedían su
intervención hasta solucionar el problema. Si bien sus aportes en la filosofía y
teología se reducen a intentar resolver conflictos de fe y a comentar el trabajo
de otros facilitan el trabajo de los que le siguieron como es el caso de Tomás
de Aquino.
Como educador tenía una forma de explicar a sus alumnos que hacía
comprensibles hasta los conceptos más difíciles y ellos respondían queriéndolo
al punto de “ponerlo en pedestal” casi literalmente. Sus aseveraciones en el
campo científico son un preludio de los trabajos de hombres de ciencia como
Galileo, al punto que se dijo que si se hubieran seguido más estrictamente sus
enseñanzas el Renacimiento se habría adelantado dos siglos. Solo por poner un
ejemplo: demostró con sólidos argumentos que la Tierra era redonda. Él es el más
claro ejemplo de cómo un hombre de ciencia encuentra a Dios en la naturaleza.
Algo que pocos autores laicos mencionan era su amor por la Virgen María, que le
inspiraría la paciencia ante muchos de los problemas que enfrentó y la bondad
con que trataba a todos.
Sus conocimientos de alquimia inspirarían muchas obras
de brujería que llevaban su nombre de forma apócrifa, lo que molestó a muchos
obispos que querían que lo canonizaran. Por cierto muchos de esos obispos habían
sido sus alumnos y tenían gran certeza de su santidad. Se tardaron casi 400 años
en beatificar a Alberto Magno, otros 300 para declararlo santo y doctor de la Iglesia, en 1941
fue declarado patrono de los científicos, los estudiantes de ciencias naturales
y en especial de los estudiantes de química. En lo personal siempre lo he
considerado como el primer científico y el precursor del hombre del
renacimiento, se adelantó trescientos años a su época.